viernes, 29 de julio de 2016

Crónica 63


Aquellos días debieron ser de fiebre y sueño. Los mismos días que Yoko refugiaba el amor en un tarro de conservas y lo dejaba en una exposición y el arte era eso: emociones enlatadas en botes de espinacas. Pero hay que volver a las raíces cuando todo parece un castillo de fuegos artificiales. Volver a los días de Liverpool, a los días de los primeros y únicos acordes, a los discos americanos que sonaban imposibles y eran tan admirados, tan rebuscados para su imitación que el mundo parecía recién nacido.

Eso era algo que nos gustó del concierto, que al final sonara John cantando ese Stand by me que grabó para el disco de versiones sobre el rock, el disco antes de la soledad y la segunda y última paternidad. Esa canción de B.E. King y la voz nasal y el ritmo diferente de la guitarra. Los días donde la existencia peligraba y era púrpura, era ceniza, era un tren hambriento...

...y que los raíles ya no prefiguraran el punto de fuga a lo lejos...

jdlc, 29 julio 2016

miércoles, 27 de julio de 2016

Crónica 62


El matemático inglés Charles Dodgson escribió los libros de Alicia tal vez como un pasatiempo pero, en cualquier caso, como una forma de atrapar el tiempo. Volvería a Delfos y el oráculo volvería a fingir desconocer el destino de los hombres. Pero Alicía quedaría intacta como una figura de cera pero sin las facciones apagadas o como de hielo que no llegan a transmitir o comunicar emociones. La misma tarde se repetiría en la misma tarde. Y Charles volvería a los juegos infantiles, a los juegos prohibidos que rozaban lo comprensible, a la sonrisa perfecta de los nueve años y no cambiar, nunca cambiar.

jdlc, 27 julio 2015

lunes, 25 de julio de 2016

Crónica 61


El poeta Pedro Casariego Córdoba soñaba con trenes hambrientos mientras la vida era púrpura y nubes, silencio y ceniza. El poeta buscaba los trenes en el tiempo y el tiempo era agua. Un día el tren hambriento fingió ser el poeta. Un día el tren era agua y púrpura. El poeta buscó la imagen y la imagen ya no estaba. El tren tampoco estaba. El hombre delgado que no flaqueará jamás en una dimensión más abstracta, menos dolorosa, tal vez más primitiva pero rozando lo perfecto o lo simbólico. El tren hambriento exigió el cuerpo de su domador. Los poetas como seres inofensivos que se abandonan al canibalismo de las emociones. El tren hambriento era la poesía. Pedro Casariego Córdoba era el poeta.

jdlc, 25 julio 2016

martes, 19 de julio de 2016

Crónica 60


Habíamos visto en la guía de viaje esta pequeña etnoteca y pensaste que sería interesante volver cerca del Palacio Pitti. No nos habíamos percatado esa mañana porque justo mirábamos el Palacio, pero en ese momento un hombre ciego pasaba por la puerta y tocaba un timbre en su bastón y alguien había salido para ponerle una copa de vino sobre un tonel de madera. Cuando la encontraste por la tarde en la guía de viaje los dos pensamos en esa situación que las pocas horas habían relegado al olvido entre el arte y otra vez el arte, y que tal vez sería la misma etnoteca.

Recuerdo estar sentado y sentir a mis espaldas la mole de piedra frente a una copa de vino rosado de la Toscana, la conversación trascendente y tus ojos observándolo todo. Pedimos el vino rosado porque era el único que podíamos permitirnos. Tal vez no conservo fotografías de esas dos tardes porque no las necesitábamos. Pensé en la idea de felicidad que alguna vez Borges había mencionado de estar en el tiempo pero al mismo tiempo fuera del tiempo. Y no descubrirlo hasta unos días después. Quizás te dije que podría estar de espaladas a la fachada del Palacio Pitti porque, en cierto modo, podía imaginarlo y porque no terminaba de gustarme del todo. Esas cosas vacías que se dicen para parecer más interesante o impresionar o dejar que las palabras sean interpretadas por los silencios.

Pero recuerdo, sobre todo, al hombre de los sombreros luminosos que las dos tardes vi acercarse desde el Ponte Vecchio caminando sobre la baldosa. Apenas unos segundos desde que advertía su presencia hasta que pasaba justo frente a nosotros por la puerta de la etnoteca y entonces era su espalda la que quedaba mostrada y el sol del atardecer lo convertía en fuego y tiniebla. Recuerdo la mochila y los cachivaches de plástico que habrían rivalizado durante todo el día con el arte del Quattrocento. Recuerdo su cara y la mirada perdida y monótona, la ropa oscura y anacrónica y fuera de temporada, la sensación de extraño en un lugar donde todos éramos extraños, la piel quemada o maltrada por el sol, la mueca en los labios de satisfacción por estar quizás alguien esperándolo... la contradicción existencial entre él y nosotros...

He pensado muchas noches en el hombre de los sombreros luminosos. A veces he intentado escribir algo. Sigo pensando que hay un secreto en todo esto. Tal vez el secreto del mundo. Espero que el síndrome de Stendhal no me impida averiguarlo. 

jdlc, 19 julio 2016

 

viernes, 15 de julio de 2016

Crónica 59


Serás mi chica para las noches más tristes, le dijo, y entonces el amor quedó difuminado o aletargado, el amor atrapado entre dos sueños, y alguien susurraba o cantaba una melodía de niños a lo lejos.

El tiempo era así: primero surgía el beso y luego se apagaba la luz. El tiempo era, a veces, una nube o una palabra, y otras veces un juego de miradas o un final del mundo que acumula más y más nostalgia.

Le dijo, Serás mi única chica para las noches más nostálgicas. Ella parecía (la expresión mínima en los ojos) estar casi ausente de todo o a la espera del nacimiento de la belleza. 

jdlc, 15 julio 2016

martes, 12 de julio de 2016

Crónica 58

Ella inició la lectura de Rayuela por tercera vez con la intención de encontrar dualidades. Le dijo, Estaré ausente del mundo unos días, podrás volver después y hablaremos.

El tiempo se había estancado en conversaciones sobre free jazz que no llegaban a ninguna parte. Tras una tarde de licores y puntos de vista disonantes, ella le lanzó el argumento de siempre de la trompeta y el disco de vinilo y lo que ocurrió cuando olvidaron la reproducción de los vinilos. La trompeta siempre perduraría. Él ya no estaba para saltos mortales sin red y sin paracaídas o para debates vacíos sobre la existencia o no existencia del expresionismo o el dadaísmo.


Ella dijo (la expresión mínima en los ojos) que él siempre había sido su amante más sensible. 


jdlc, 12 julio 2016