domingo, 29 de diciembre de 2013

Javier Marías, Einstein, Oliver Atom y el próximo Nobel español

Leo a Javier Marías por primera vez en mis últimos años de estudios universitarios, allá por el año 2002 o 2003, un libro que me dejaron. Anteriormente, he ojeado sus artículos en los suplementos dominicales. Con la ayuda que me presta wikipedia, intuyo que el libro debió ser Corazón tan blanco, pero lo he olvidado. Más adelante me regalaron un libro de cuentos, Cuando fui mortal. Leo el libro y me gusta. Recuerdo (creo recordar) que en la introducción, Marías hace referencia a la composición de los textos: la mayoría, por no decir todos, son escritos por encargo o compromiso editorial o periodístico. Creo recordar que el autor se define como un no cuentista, aunque esto debería comprobarlo. Es decir, el fin (creo entender) no es contar una historia. Es la obligación, el encargo, lo que le ha motivado para escribir los relatos. 
    En los últimos meses he leído Los enamoramientos y, en el último verano, he iniciado la trilogía Tu rostro mañana, que todavía no he finalizado y que tengo detenida en el final de la tercera parte, Baile. Inicio la trilogía por curiosidad, por leer algo grande de este tiempo, y aprovecho una edición de bolsillo, con una letra menuda y no muy cómoda, pero con las tres partes originales recopiladas en su interior. En esta edición, las tres partes se han difuminado en los siete grandes capítulos que también servían como títulos de los tres libros originales. Leo, muy por encima, el prólogo de Elide Pittarello donde se menciona que Marías afronta la obra sin un objetivo claro y sin saber siquiera si habrá un objetivo claro. Entonces recuerdo mis primeros y esporádicos encuentros con el autor de hace casi una década. Rememoro la idea de ser un no cuentista. El fin de la trama no es, quizás, el objetivo, y sí la narración, los hechos, los diálogos, los razonamientos o pensamientos mientras está lloviendo o pasa un tranvía o se ha perdido el metro y era el último de la noche. Como si el pensamiento fuera estático y estuviera hecho de espacio y no de tiempo. 
      Así me siento un poco antes de llegar a la mitad de Tu rostro mañana, embriagado de espacio y sediento de tiempo. Un tiempo que pasará, como es necesario que pase, hasta que un día no muy lejano, tal vez del año 2021, Marías reciba el nuevo premio Nóbel español en décadas. Una afirmación tan discutible como otra cualquiera, aunque no seré yo quien asuma la defensa de su obra o sus méritos sobre otros. Pero así son las cosas. Embriagado de espacio, detenido en la tercera parte de Tu rostro mañana, pienso lo que la escritora Luna Miguel afirma sobre Marías en uno de sus poemas, "cáncer pesado". 
    No, no es exactamente eso, pesado, es otra cosa, pero no encuentro la palabra adecuada. Es algo parecido a lo que ocurría en la serie Campeones durante un partido de fútbol: miles de pensamientos, ideas, acontecimientos pasaban por la mente de los jugadores entre un área y otra. Así son los personajes de Marías. En acontecimientos cotidianos como, por ejemplo, subir las escaleras, experimentan sensaciones, emociones, recuerdos remotos o pensamientos que abarcan páginas y páginas. No puedo dejar de pensar que se mueven a cámara lenta o como en esas recreaciones de un mundo donde la velocidad de la luz es tan pequeña que casi puede alcanzarse subidos en una bicicleta. Será eso lo que Javier Marías quiere enseñarnos: los problemas de viajar a velocidades cercanas a la velocidad de la luz. Los problemas de atrapar lo concreto es, quizás, un problema relativista. 

jdlc


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