“Tenemos
que ser consecuentes, nuestros actos afectan al planeta tanto como a
nosotros mismos”. Así, con esta frase, comienza el apartado de
SOStenibilidad en la página web del festival SOS4.8, que ha
celebrado su octava edición y que se inició con el objetivo de
reducir el impacto que produce en su entorno. Bajo esta iniciativa,
se enumeran las Acciones SOStenibles al tiempo que se proponen otras
encaminadas a Tu SOStenibilidad. Relacionado con esto, y en un lado
más oscuro y casi desconocidas, coexisten junto a la música otro
tipo de actividades de concienciación o reflexión donde la
afluencia es mínima o casi inexistente. Sin disponer de datos
objetivos, y quizás por ello equivocándome, baste mencionar que la
intervención del poeta Agustín Fernández Mallo (junto a Eloy
Fernández Porta) en el año 2011, apenas tuvo una audiencia de unas
treinta personas (siendo generosos).
No pretende esta nota indagar sobre los objetivos del SOS4.8, ni
debatir el más que evidente producto de consumo o de usar y tirar en
que se ha convertido, porque no es una problemática intrínsecamente
suya. Tampoco argumentaremos que, puestos a ser pesimistas, poco
importa ya la música en todo esto, ni el cartel, ni si los grupos
tocaron bien, siempre que el espectáculo permita una juerga
suficientemente aceptable. Porque puestos a generar controversias,
podríamos decir que no nos gustó Morrisey porque su espectáculo
fue muy del estilo de Morrisey, ni The National porque eran muy
melancólicos como siempre lo habían sido, pero sí Lory Meyers,
porque saltamos y gritamos, pero solo éramos unos pocos los que
cantábamos aquello menos conocido de “y no estaremos juntos tú y
yo”, porque compramos el disco allá por el año 2004 o así, y
quizás por eso seamos un poco raros.
Lo que nos interesa del SOS4.8 es el silencio que todo el mundo
guarda ante los olvidados. Porque mientras la mayoría nos
divertimos, hay otros en los que apenas nadie se fija y están ahí,
como estratos últimos de la cadena evolutiva. Son una consecuencia
(o quizás una causa), supongo, del low-cost o de la oferta y la
demanda. Son los mochilaman. Esos que, al precio de ocho euros el
litro, abastecían con las mochilas-contenedores que acarreaban y sus
luces rojas de faros ambulantes, a los sedientos que disfrutábamos
la música o la juerga, cada cual según sus necesidades. Me he
preguntado mucho en estos días por qué todos eran extranjeros,
inmigrantes, la mayoría sudaméricanos, y por qué ninguno de ellos
era de los que disfrutábamos el espectáculo. Y si todo esto estaría
relacionado con el peso que, lo queramos o no, debían soportar en
su espalda durante buena parte de la noche y que quizás tiene cierta
similitud con los trabajos en el campo. Igual que hace unos años
todos los vigilantes falsos, esos que permanecían parados todo el
tiempo en una parte del recinto para que la gente no se colara, se
asemejaban demasiado a los mismos gorrillas que frecuentaban el
parking del auditorio los días de concierto.
Quizás me equivoque, quizás haya algo que se me escapa o que no
entienda. Pero me intriga que nadie diga nada. Nuestros actos
afectan al planeta tanto como a nosotros mismo. ¿Solo al planeta?
¿Solo a nosotros mismos?
jdlc, 5 mayo 2015.
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