miércoles, 6 de mayo de 2015

Crónica 24


 No todo es SOS

“Tenemos que ser consecuentes, nuestros actos afectan al planeta tanto como a nosotros mismos”. Así, con esta frase, comienza el apartado de SOStenibilidad en la página web del festival SOS4.8, que ha celebrado su octava edición y que se inició con el objetivo de reducir el impacto que produce en su entorno. Bajo esta iniciativa, se enumeran las Acciones SOStenibles al tiempo que se proponen otras encaminadas a Tu SOStenibilidad. Relacionado con esto, y en un lado más oscuro y casi desconocidas, coexisten junto a la música otro tipo de actividades de concienciación o reflexión donde la afluencia es mínima o casi inexistente. Sin disponer de datos objetivos, y quizás por ello equivocándome, baste mencionar que la intervención del poeta Agustín Fernández Mallo (junto a Eloy Fernández Porta) en el año 2011, apenas tuvo una audiencia de unas treinta personas (siendo generosos).

No pretende esta nota indagar sobre los objetivos del SOS4.8, ni debatir el más que evidente producto de consumo o de usar y tirar en que se ha convertido, porque no es una problemática intrínsecamente suya. Tampoco argumentaremos que, puestos a ser pesimistas, poco importa ya la música en todo esto, ni el cartel, ni si los grupos tocaron bien, siempre que el espectáculo permita una juerga suficientemente aceptable. Porque puestos a generar controversias, podríamos decir que no nos gustó Morrisey porque su espectáculo fue muy del estilo de Morrisey, ni The National porque eran muy melancólicos como siempre lo habían sido, pero sí Lory Meyers, porque saltamos y gritamos, pero solo éramos unos pocos los que cantábamos aquello menos conocido de “y no estaremos juntos tú y yo”, porque compramos el disco allá por el año 2004 o así, y quizás por eso seamos un poco raros.

Lo que nos interesa del SOS4.8 es el silencio que todo el mundo guarda ante los olvidados. Porque mientras la mayoría nos divertimos, hay otros en los que apenas nadie se fija y están ahí, como estratos últimos de la cadena evolutiva. Son una consecuencia (o quizás una causa), supongo, del low-cost o de la oferta y la demanda. Son los mochilaman. Esos que, al precio de ocho euros el litro, abastecían con las mochilas-contenedores que acarreaban y sus luces rojas de faros ambulantes, a los sedientos que disfrutábamos la música o la juerga, cada cual según sus necesidades. Me he preguntado mucho en estos días por qué todos eran extranjeros, inmigrantes, la mayoría sudaméricanos, y por qué ninguno de ellos era de los que disfrutábamos el espectáculo. Y si todo esto estaría relacionado con el peso que, lo queramos o no, debían soportar en su espalda durante buena parte de la noche y que quizás tiene cierta similitud con los trabajos en el campo. Igual que hace unos años todos los vigilantes falsos, esos que permanecían parados todo el tiempo en una parte del recinto para que la gente no se colara, se asemejaban demasiado a los mismos gorrillas que frecuentaban el parking del auditorio los días de concierto.

Quizás me equivoque, quizás haya algo que se me escapa o que no entienda. Pero me intriga que nadie diga nada. Nuestros actos afectan al planeta tanto como a nosotros mismo. ¿Solo al planeta? ¿Solo a nosotros mismos?

jdlc, 5 mayo 2015.

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