Era el 9 de julio del año 2004. Unos meses antes nos habíamos enterado que la Never Ending Tour pasaba cerca de casa y compramos las entradas para el concierto. Habíamos leído en una biografía de Bob que la idea de esa gira interminable era que, tarde o temprano, Bob tocara cerca de tu casa. Y ese día Bob tocaba cerca de nuestra casa, tan cerca como unos ciento cincuenta kilómetros, en la ciudad de Benidorm. Recuerdo haber grabado un disco con todas las canciones posibles para escucharlo en el coche, sobre todo canciones de la trilogía rock de los años 65 y 66. Recuerdo haber aparcado justo encima de la plaza de toros y cambiarme los pantalones cortos por unos vaqueros y que nos bebiéramos una coca cola o una cerveza en unos pocos tragos ante la mirada atónita de los guardias de seguridad que impedían cualquier acceso. Y la cámara de fotos de carrete escondida como si fuera una reliquia milenaria. Bajar los escalones y entrar en el ruedo y colocarnos justo en el centro de la plaza sobre los cables de sonido que venían desde el escenario hasta la mesa de mezclas. Recuerdo estar sentado en la arena esperando y levantarme un rato para hablar con la Maga y que se me cayera en el trance el vaso de plástico que contenía la cerveza, pero no recuerdo nada de lo que hablamos y no estoy seguro que ella tampoco pudiera recordarlo. Me sorprendió que me gustara Amaral, subida en un taburete con un traje minúsculo y la guitarra y la voz que se elevaba bestial sobre la tarde que ya terminaba. Y entonces apareció la banda y se hizo la noche. Y entonces los tiempos cambiaron y todas esas canciones de la trilogía rock que habíamos escuchado envejecieron cientos de años y parecía una reunión de viejos amigos que se juntan para desentrañar los recuerdos. Me sorprendió que no hubiera nadie en el centro y que Bob tampoco mirara hacia el público, que estuviera en el lado derecho tras el piano o el órgano como de perfil, como vigilando a sus músicos o como tocando para ellos y entre ellos y el público hubiéramos venido a eso, a la música, no a los músicos. Y recuerdo salir como si fuera otra persona o como si hubiera asistido al nacimiento de la belleza, sabiendo que no podría comunicarlo, que cuando terminara por contarlo todo perdería su magia.
jdlc, 15 octubre 2016
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